Las relaciones
a distancia nunca han presumido de tener un buen final.
A veces no
importan los kilómetros que hay entre ambos extremos si hay ganas de estar
juntos, pero cuando la distancia es corta y nos encontramos que hay obstáculos insalvables
en el camino y las ganas de volver a ver la otra persona no son lo
suficientemente fuertes como para llegar, dejar de pensar y que el corazón supere
a la razón, entones todo se convierte en algo a distancia, en una distancia, en
un algo.
Algo que se
aleja de cualquier referencia que uno tenga de una relación, en un sentimiento
lejano, casi irreconocible por el tiempo transcurrido sin los afectos tan
esperados.
A veces dos
extremos alejados y perdidos en distintas realidades se encuentran en Nunca
Jamás, y por una serie de casualidades que transcurren sin el mayor de los
sentidos, en un tiempo imperceptible para el resto del mundo que nos rodea,
pero intenso desde el primer momento en que se rozan, al encontrase deciden que
no importa nada más.
Cuando se
produce un salto de obstáculos físicos y emocionales y se visualiza una empatía
recíproca entre dos, entonces la distancia ya no existe.
Al mirar
hacia atrás; veo el tiempo perdido, las distancias recorridas una y otra vez, y
las esperadas por recorrer. Ya nada de eso tiene sentido.
Hoy me
acuesto con los besos de buenas noches de Peter Pan y pienso en todas las
noches de buenos besos que aún nos quedan por comenzar.
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